miércoles, 27 de enero de 2016

Mis heroínas




Cuando se escriben narraciones, novelas, libros de aventuras, se suele hablar mucho de mujeres, personajes que durante los días iniciales no existen más que de nombre (como todos), pero poco a poco van tomando forma; forma física por supuesto, pero también y sobre todo, forma humana. Es decir, llegan a ser personas hechas y derechas sobre lo que al principio era la nada, un papel en blanco. Y lo que es más, que en algunos casos te enamoras de su sustancia. No puede ser de otra manera, claro, puesto que convives con ellas durante un año (es lo que se suele tardar en escribir un libro coherente), y luego, cuando comienzas otro, no las olvidas, sino que, como sucede con las antiguas novias, siempre estarán ahí, en el recuerdo, o mejor dicho, en el complaciente rincón de los buenos recuerdos.
Como he escrito varios libros, las mujeres han representado un gran papel en mi vida (los hombres también, por supuesto, pero hoy voy a hablar de mujeres), y muchas de ellas han pasado a formar parte de mi cotidiana existencia. ¿Qué fue de la negra, protagonista de Europa barroca que pasó quince de sus años en el fondo del mar, 


o de Nastasia y Crucita, dicharacheras hermanas que colmaron 700 páginas, 



o aun de las mil mujeres que en su dilatada vida conoció Juan Evangelista, Marifló, Rubí, Inés la violinista, miss Gold, la india Dolores o la farera del faro del fin del mundo, que llegó cargando con un piano desde el corazón de su imperio astrohúngaro? También podría hablar de la mulata Patricia, jamaicana que adoraba las buenas formas y nadaba mejor que Esther Williams;
 




de Pepi la cocinera, que consiguió llevarse al huerto a Agamenón (estudiante); de Chiquita del Paraná, que inspirada por un muñeco de nieve y un sauce llorón, al final consiguió envenenar a su novio (un hp) con una raya de matarratas; de las sobrinas de Charli, gemelas que le acompañaron en alguna de sus aventuras;  




 
de Alaroza, primer amor del calatravo (Dios conmigo); de Claudia, la chica bronceada por la luna,




o de Beatrice, acaudalada jovencita veneciana que durante los inicios del siglo XVI se trasladó al mar de los caribes y se las ingenió para alumbrar un nuevo ser con ayuda de una serpiente.





Sí, la verdad es que podría hablar de tantas que esto sería el cuento de nunca acabar..., pero para finalizar añadiré tan sólo que, dado que he pasado la vida haciendo fotos, y con esta disciplina tengo cierta familiaridad, suelo escribir con imágenes a la vista, que inspira mucho. Se acostumbra decir que resulta contraproducente presentar figuras explícitas, puesto que los personajes delineados con letras admiten múltiples interpretaciones (de hecho, y pese a que los autores suelen describirlos con detalle, cada uno se los imagina a su manera), pero hoy he querido hacer una excepción en esto y aquí lo tienen ustedes.




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