sábado, 21 de noviembre de 2015

Camargo Rain: el camino


Días atrás hablé de la música y de las fotos pintadas, y hoy voy a hacerlo del camino, del solitario y larguísimo camino que supone la vida del narrador, aquel a quien le gusta contar historias.




Cuando era pequeño quería ser director de cine. Esto no es raro y le sucede a mucha gente, porque una de las más divertidas formas de contar una historia es hacer una película. Las grandísimas películas son historias fantásticas contadas por alguien que sabía contarlas, y que acertó. Véanse, por ejemplo, Pasión de los fuertes (Ford), La mujer del cuadro (Fritz Lang), El río (Renoir), Con faldas y a lo loco (Wilder) o 2001 (Kubrick). El inconveniente es que el camino que tienes que recorrer para hacer una película es larguísimo; más que un camino, es una peregrinación.
Una forma de mitigar tan dilatado periplo (periplo síquico, se entiende), consiste en escribir un libro. Es parecido pero mucho menos cansado, y además, el resultado final depende de ti en gran parte. Por si esto fuera poco, no te cuesta dinero.
Cuando era pequeño, sí, quería ser director de cine, locuras de juventud, porque las películas son cosas muy serias (y muy caras), y como esa espina se me había quedado clavada, con la llegada de los tiempos eléctricos (¡y tan eléctricos!), cuando cualquiera puede escribir libros (al menos escribirlos, para lo que únicamente es necesario un ordenador) y hacer películas (ahora, con una cámara medio buena y un poco de pasta haces una película tan tranquilo; otra cosa es que luego la quiera ver alguien), me he desquitado de esta forma que viene a continuación y que se llama, precisamente,



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