Hoy voy a poner una foto normal.
Vamos, normal
para aquellos que salen habitualmente al campo, eso que ya casi nadie sabe qué
es, y llevan con ellos los perros para que se solacen, que los perros lo pasan
muy bien en estos lugares. ¡Eso de tener un perro encerrado en una ciudad y
sacarlo de paseo amarrado con una correa...! En esto demuestran lo buenos que
son, pues llevando semejante vida, ni protestan.
Sin embargo, lo
que de verdad les gusta a los perros (y a las personas, aunque muchísimas de
ellas no se hayan dado cuenta y piensen que lo que a ellos les gusta es el sofá
de su casa, el fútbol y la televisión) es subir un rato al monte, recorrer los
caminos hollados por los animales salvajes (que siguen existiendo, están allí,
corzos, gamos, ardillas, jabalíes y tantos otros..., aunque los del sofá y la
tele no se lo crean), corretear de un lado a otro, olfatearlo todo, dejar que
las ideas afluyan a la mente y pensar, aquí
estaba una jabalina con sus jabatos hace veinte minutos, pero cuando nos ha
oído se ha internado en la espesura, o también, por aquí no ha mucho que
pasó un zorro, y el perro ventea en las cuatrocientas direcciones de la
rosa de los vientos, vuelve la cabeza repetidamente y se pregunta, ¿dónde
andará?, no puede estar lejos, pero en seguida lo olvida porque nuevos
rastros le distraen, el bosque es variado y mil y mil animales, nuestros
semejantes, lo pueblan...
Luego, tras el
paseo, se vuelve a casa, que hay que vigilar la hacienda, saludar a las vacas
del establo, tumbarse en el rincón soleado de todos los días, aguardar a la
hora de la pitanza..., y durante el camino de vuelta, durante la bajada, los
perros, que son entre miopes y otras cosas más raras, y además sólo ven en
blanco y negro y como con teleobjetivo, contemplan el paisaje que ante ellos se
exhibe y piensan, ¡jolín!, ¡vaya aspecto que tiene hoy Peña Remoña...
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Y ya puestos a mirar, mire AQUÍ
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